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El blues del detective inmortal

El blues del detective inmortal

Escribir la reseña de este libro requiere que la banda sonora adecuada suene desde las tripas de mi maltrecho portátil, para lo que es necesario irse a la última página de la novela y, separando la solapa de la contraportada, echar mano al disco de Dani Nel·lo que el libro lleva anexado.

 

Porque resulta que en esta imaginativa, fresca y divertida serie de “Asesinatos en Clave de Jazz”, al libro, le acompaña un disco. Un experimento que ha puesto en marcha la editorial Edebé, a la que hay que felicitar por esta iniciativa tan rítmica, transversal y estimulante: leer un libro que tiene banda sonora propia y cuyas canciones están directamente relacionadas con el texto.

 

Sólo por eso, El blues del detective inmortal ya se merecería nuestra atención y parabienes, pero es que, además, la novela de Andreu Martín es una gozada. Desde el arranque, con ese duelo callejero entre músicos (¿homenaje al duelo de banjos de Deliverance?), hasta el final, en que todas las piezas del puzle terminan por cuadrar, la novela se lee con el cariño de las historias sencillas, bien contadas y mejor resueltas.

 

En este caso, más allá de la trama y de la acción, los puntos fuertes del libro serían la recreación de ambientes y la consistencia de unos personajes que, de tan normales y sin el magisterio de Andreu, podrían habernos parecido insustanciales y sin carisma alguno para protagonizar una novela.

 

Hablamos de un grupo de chavales que quieren abrirse paso en el mundo de la música y de la enigmática mujer que les invita a tocar en su local, ensayando con ellos y haciéndoles crecer, musical y personalmente. Y están, por supuesto, las calles de Barcelona. Unas calles ciertas y reconocibles, contemporáneas, cosmopolitas. Calles abiertas a los vientos de una imparable globalización, pero que también mantienen vivo el sabor tradicional de la Barcelona de siempre.

 

Lo que más me gusta de las novelas de Andreu es la capacidad de empatía que desarrolla con sus personajes. Sea un asesino que sale de la cárcel, tras haber cumplido su condena (Bellísimas personas), sea el desquiciado despacho de Esqius & co. (La clave de las llaves y La monja que perdió la cabeza) o, como en este caso, unos amigos que apenas han comenzado a caminar solos por la vida.

 

Y, por supuesto, el club de jazz. Pocos espacios más adecuados para contar una historia negra y criminal que un club de jazz. Desde el célebre Cotton Club a los garitos de mala muerte de Harlem que Luis Gutiérrez Maluenda ha descrito en Música para los muertos, el escenario perfecto para una novela policíaca es un club de jazz en que el be bop suena alto mientras corre el whisky de contrabando y unos gánsteres amartillan sus pistolas.

 

Aunque los tiempos hayan cambiado, como podremos comprobar a la hora de leer El blues del detective inmortal –o cualquier periódico, que estos días nos cuentan la trama de corrupción en el Ayuntamiento de Madrid, con mordidas para la concesión de permisos y otras lindezas por el estilo– sigue habiendo mafias e historias violentas, vinculadas al urbanismo y la hostelería.

 

Una deliciosa novela para leer que, curiosamente, también se escucha. Y que nos predispone muy favorablemente para, en lo más crudo del crudo invierno, volver al espíritu de ese veraniego certamen gijonés que tanto nos gusta, de manos de Andreu y la segunda entrega de estos “Asesinatos en Clave de Jazz”: El blues de la semana más negra.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

http://blogs.ideal.es/pateandoelmundo

 

Cómplices de oscuros deseos (y 2)

Por Yamilet García Zamora

Uno de los aspectos más interesantes de la obra es la manera en que los asesinatos se producen. El primero es planificado con cierta astucia –aunque aparecen elementos que se van fuera de control. La manera brutal en que se ejecuta –máxime tomando en consideración que se trata de alguien con quien el asesino convive- es la muestra palpable que estamos ante la presencia de un asesino despiadado y sin escrúpulos.

 


 

Levantó el remo, como si se dispusiera a jugar con él y, en el momento en que Dickie se agachaba para quitarse los pantalones, se lo descargó sobre la cabeza… Tom se irguió y descargó un nuevo golpe, con violencia, concentrando en él toda su fuerza… Sujetando el remo con la izquierda, Tom descargó un tercer golpe sobre el lado de la cabeza de la cabeza de Dickie. El borde del remo cortó la piel y la herida se llenó enseguida de sangre. Dickie quedó tumbado en el fondo de la lancha, retorciéndose. De sus labios salió un gruñido de protesta, tan fuerte que Tom se asutó de oírlo. Tom le golpeó en el cuello, tres veces, con el canto del remo, como si éste fuera un hacha y el cuello de Dickie un árbol… Tom experimentó una fugaz sensación de fatiga mientras seguía golpeando con el remo… Tom agarró el remo como si se tratase de una bayoneta y se lo hundió en un costado… (4)

En toda esta secuencia narrativa la única emoción que trasluce el asesino es “una fugaz sensación de fatiga”. Y es que, en general, los sentimientos de Tom son extraños y ambiguos. Las verdades lo ponen nervioso, se felicita a sí mismo por las ideas que se le ocurren, se autoalaba por sus historias pero, a la vez, se odia por quién es. La personalidad de Tom no está definida –se odia y cree que sus amigos son “gentuza repugnante” ( p. 30) o “gentecilla de medio pelo” ( p. 35)-, lo que le posibilita copiar, con mayor soltura, la voz, los gestos y los gustos de Dickie. No hay ni resto de humanidad en este asesino a sangre fría, un loco sin límites a sus fechorías. Pero este análisis sólo se puede hacer una vez concluido el libro o con una gran fuerza de voluntad para alejarse de los acontecimientos, al estilo de Brecht (5). Porque cuando estamos inmersos en la trama sólo asistimos, deslumbrados, a la sublime y tétrica magia de los acontecimientos, al plan diabólico de la copia mimética de una personalidad para consumar el crimen perfecto, tan añorado por tantos escritores… y asesinos.

Le era absolutamente indiferente cenar e ir al teatro solo. Así tenía ocasión de concentrarse en su papel de Dickie Greenleaf. Partía el pan exactamente como lo hacía Dickie, se llevaba el tenedor a la boca con la izquierda, igual que Dickie, y observaba las mesas colindantes y las parejas que bailaban en la pista con tal aire de estar inmerso en un profundo y benévolo trance que el camarero, en un par de ocasiones, tuvo que hablarle dos veces para hacerse oír. (6)

Si en el primer asesinato prima la codicia y el ansia de transformarse en quien no es, el segundo es causa indirecta del primero y no hay premeditación sino cálculo rápido del asesino que teme ser descubierto, porque, en realidad, “no había tenido intenciones de matarlo” (p. 129). Pero hasta la buena estrella y las casualidades pueden revertirse. Y esto sella el destino de Freddie.

El borde del cenicero le dio en plena frente. Freddie se quedó atónito. Entonces se le doblaron las rodillas y cayó como un buey derribado por un mazazo entre los ojos. Tom cerró la puerta de un puntapié. Con el cenicero descargó un fuerte golpe en la nuca de Freddie. Luego otro, y otro, temiendo que Freddie estuviera simplemente fingiendo y que, de pronto, sus brazos le atenazasen las piernas y le derribasen. Descargó otro golpe, esta vez de refilón y sobre le cráneo, y la sangre empezó a manar. (7)

Creo que en la suerte de Tom para que no lo descubran influyen una serie de factores: su habilidad para las situaciones comprometedoras, la confianza que inspira su figura algo bobalicona, servil y hasta débil –imagen que sabe la autora plasmar muy bien a través de actitudes, gestos, conversaciones- y, definitivamente, la estupidez de la policía. No niego la magistral forma en que Patricia conduce las situaciones delicadas, la mayoría de las veces, con un juego impecable en el cambio de personalidades pero a veces es casi infantil la manera en que se engaña a la gente. ¿Cómo –me pregunto- es posible que Marge lo llame desde el vestíbulo del hotel, se trague lo del cambio de las voces, se crea que Dickie salió hace media hora y no suba? Éste es, quizás, de todos los posibles esquinazos de la novela, el menos plausible. Pero unida a la buena estrella de Tom, su inteligencia, etc., etc., hay un hecho humano con el que la autora –y el protagonista- manipulan al resto: la gente cree en lo que quiere creer, aun cuando le pongan delante todas las pruebas del mundo.

El tercer asesinato no se llega a realizar aunque sí pasa por la mente de Tom: la muerte de Marge en Venecia. Lanzarla al canal, simular una caída… quitarse a la molesta muchacha de encima. A mi modo de ver, esta muerte hubiera complicado la trama y hubiera sido ya casi imposible, por lo inverosímil de las situaciones, que no se hubiera sospechado de Tom. La autora huye de la tentación asesina porque si la concatenación de casualidades y la manipulación de situaciones y personas han sido posibles hasta esa altura de la novela, un solo paso en falso la hubiera convertido en una novela con acontecimientos improbables. Y todo se hubiera desmoronado.

¿Una buena novela? Creo que, al saber conjugar las habilidades de su protagónico con soluciones magistrales ante situaciones embarazosas y un lenguaje sencillo, con frases cortas y sin rodeos –ni éticos o morales, que hubieran vuelto más despaciosa la lectura-, la autora ha creado una novela que rompe con los cánones del “buen policía”, un hombre que busca pistas e imagina soluciones gracias a su mente brillante; el detective amante de mujeres, vinos y comidas por igual; el gourmet que dicta cátedras acerca de platos regionales o exquisitos. Porque, en A pleno sol, quien busca soluciones sugiere pistas para que no lo culpen; el único que posee una mente brillante y ama los placeres terrenales es Ripley, el asesino. Y hay que agradecer, siempre, las obras que rompen con lo establecido y nos hace cómplices de los más oscuros deseos.

Notas:

(4) Patricia Higsmith. A pleno sol. Barcelona, Editorial Anagrama, 1981, p. 95
(5) Bertolt Brecht (1898 –1956), dramaturgo y poeta alemán. Su técnica del distanciamiento propone al espectador la reflexión de lo contemplado, más que la identificación con la trama o los personajes, alejándolo de cualquier posible implicación personal o emocional con la historia. Sólo aplicando dicha técnica del teatro a esta novela se pueden sacar conclusiones más objetivas.
(6) Patricia Higsmith. A pleno sol. Ob. cit, p. 119-120.

 

Cómplices de oscuros deseos (1)

Cómplices de oscuros deseos (1)

Por Yamilet García Zamora

Una vez más, me encuentro ante el difícil asunto de definir eso que llaman “género policíaco” –hasta subgénero, para muchos- y que la crítica utiliza, a veces de manera indistinta, como sinónimo de novela negra. Y una vez más puntualizo que estamos ante la presencia del gran tema policíaco –porque género, desde mi punto de vista, es aquél que responde a los cánones de la división primera de Aristóteles (384 adC –322 adC) y sus subsecuentes ramificaciones (1). Este gran tema policíaco, también él con sus múltiples expresiones que se imbrican –policíaco social, policíaco histórico, policíaco ciencia ficción, literatura negra-policíaca, etc. etc.- es el que inicia Los crímenes de la calle Morgue (2). Básicamente, los cánones clásicos de la literatura policíaca sitúan un delito –asesinato, robo, extorsión- y la búsqueda del culpable, ya sea por un detective extraordinario o por un cuerpo de policías.


Histórica y sistemáticamente existe, sin lugar a dudas, una cercanía del término novela policíaca al subgénero novela detectivesca o de enigma y una cercanía del término novela negra al subgénero thriller. El primero conlleva la connotación de asesinato limpio, de investigación lógico-racional y de un comportamiento bien educado de los personajes; el segundo, la de violencia innecesaria, de un ambiente sórdido y de ciudades caóticas. Esas cercanías, sin embargo, no son exclusivas... La situación en las otras lenguas occidentales es, en general, un poco más fácil, aunque tampoco en ellas la terminología logre evitar siempre las confusiones. El inglés trabaja principalmente con detective novel o bien detective and mystery novel, aunque también utiliza simplemente thriller o bien hardboiled-novel; en ambos casos se toma un subgénero para referirse al género en su totalidad. El italiano y el francés tienen en común un cierto pragmatismo en la elección del término. Por cuestiones históricas, la lengua italiana dice giallo, por el color de la portada de la primera gran serie de publicaciones de este tipo de novelas en la editorial Mondadori, a partir de 1929. En Francia, el roman noir, derivado de la "Série Noire" de la editorial Gallimard, iniciado en 1945 por Marcel Duhamel(5), se estableció parcialmente como nombre genérico, aunque más a menudo para indicar obras que en inglés serían denominadas hard-boiled(6). Ambos idiomas trabajan también -el francés preferencialmente- con roman policier o romanzo poliziesco. Los investigadores que escriben en portugués normalmente se refieren al género como romance policial, pero también existe romance negro. El alemán, finalmente, consiguió algo como una unificación terminológica con su Kriminalroman o, abreviado, Krimi; las demás denominaciones como Detektivroman, Riitselroman, Thriller, Spionageroman, etc., se entienden como subdivisiones del género. (3)


En este gran mestizaje de temas y géneros por el que deambulan los asesinos y los policías resalta, casi siempre, el culto casi sacrílego por la curiosidad y la morbosidad humana. Siempre existirá el crimen, asociado o no a un problema social, una guerra, un amor imposible o un hecho histórico –ya sea en la Tierra o en otro planeta. La búsqueda, encuentro y castigo del trasgresor no es siempre infalible porque los humanos, además de violadores de leyes, somos falibles. Y la literatura policíaca se dedicó durante un buen tiempo a demostrar el triunfo de la verdad. Pero la realidad de las calles rompía estos esquemas: en la vida cotidiana, no aparecía Holmes, los asesinos escapaban y la mente de los mismos empezaba a florecer de la pluma de los autores. Porque para muchos lo más importante no es ya la pesquisa policial propiamente dicha sino saber quién es el asesino. Cuáles son sus pensamientos. Cómo es un asesino.

A PLENO SOL (EL TALENTO DE RIPLEY)

La escritora estadounidense Patricia Highsmith (1921 - 1995) es conocida mundialmente por sus obras –entre las que se destaca su novela Extraños en un tren (1950), de la que se realizó la película del mismo nombre, en 1951, dirigida por Alfred Hitchcock, con guión adaptadado por Raymond Chandler. Muchos de los críticos de su obra coinciden en que siempre estuvo preocupada por cuestiones relacionadas con la culpa, la mentira y el crimen, que más adelante serían los temas centrales en su obra. Highsmith escribió en total 22 novelas e innumerables cuentos pero su personaje más famoso fue Tom Ripley, un sicópata y sociópata sencillamente encantador. Y si en el transcurso de toda la novela el lector siente simpatía por un asesino es por la manera en que la autora logra crear al personaje. Porque, ¿quién no se sentirá identificado con un hombre tan joven, de vida tan insulsa, a quien le empezaron a gustar las cosas buenas? ¿Por qué no puede vivir bien y tener todo lo que el mundo le ha otorgado a otros? Y poco a poco, de manera sutil, empezamos a identificarnos con un loco, mentiroso profesional y asesino brutal; un hombre lleno de prejuicios, manías de grandeza y ciertas reminiscencias homosexuales que la novela sólo indica.
 

La novela es narrada desde la perspectiva de Tom. Jamás sabemos qué piensa el resto de la gente porque las ideas del asesino y sus puntos de vista es lo que la obra presenta. De esta manera, Patricia rompe con los esquemas de la llamada literatura policial clásica. Aquí no existe la visión desde la justicia en la búsqueda del asesino sino la del asesino que planea todo y se burla de la justicia. Asistimos, como lectores, a una especie de locura devoradora de páginas, que nos impulsa a saber qué más se le puede ocurrir, cómo se va a librar de las situaciones embarazosas. Somos, pues, cómplices pasivos de un cerebro brillante para urdir escapatorias. Esto, que parece inadmisible con ciertos clichés de la moral, la verdad, la justicia y el castigo merecido a los que violan las leyes, se convierte en el leif motiv de la novela. Tom es el antihéroe y A pleno sol, la antinovela policíaca.
 
Continuará
 
Notas:
 
(1) Aristóteles, filósofo griego de la antigüedad, se refiere en su obra La poética a la Lírica, Épica y Dramática, los tres grandes troncos de donde se desprenden, de manera consecuente: la poesía, elegía, sátira; cuento, novela y noveleta; tragedia, drama y comedia. Estas definiciones de género, en la posmodernidad, han derivado en otras ramificaciones o en la ruptura en la delgada línea divisoria entre los mismos y la creación de géneros híbridos: novelas que incluyen poemas o ensayos, la prosa poética, etc, etc. Por esta razón, no hablaría del género policíaco o de los subgéneros sino de temas policíacos que se insertan en el género cuento, poesía, novela. Hablar del género policíaco significaría referirse al género ciencia ficción, erótico, histórico, social –todos ellos, temas generales de una obra en específico.
(2) Escrito por Edgar Allan Poe (1809 – 1849), escritor estadounidense. Fue publicado, por primera vez, en 1841.
(3) Hubert Pöppel “La novela Policíaca en Colombia” en: http://gangsterera.free.fr/histNPColombiana.htm. Página consultada el 5 de noviembre de 2007.

 

 

Música para los muertos

Música para los muertos

Indefinible. Novela de género clásico... ¿Parodia u homenaje? ¿Quién es Luis Gutiérrez Maluenda? ¿Puede un tipo de Barcelona empezar su novela como sigue (y no estar loco)?: “Duke Ellington me miró con expresión triste y preguntó: -¿Usted cree que puede manejar este asunto?”.

Estamos en Nueva York. Por supuesto. En Harlem. Son los oscuros años treinta post crack bursátil que siguieron a aquellos locos años veinte de lujo y desenfreno. El jazz hace furor y los garitos de música negra se llenan, todas las noches, de gente éticamente muy dudosa. Los Dizzie Gillespie, Charlie Parker & Co. están revolucionando el mundo de la música más libertaria del mundo y al famoso arreglista de Duke le están haciendo chantaje por aquello de su secreta, aunque poco discreta homosexualidad.

Mike Vinowsky -que pese a su nombre, es más aficionado al bourbon que al Rioja- es un detective prototípico: medio pelo, tendencias perdedoras, una lengua afilada como el cuchillo de un cocinero japonés, una sed etílica de proporciones bíblicas y una capacidad casi cristiana de dar y recibir. Hostias, se entiende.

Obviamente, Vinowsky tendrá que ayudar a Duke y a su arreglista con el chantaje. Y, más obviamente aún, las cosas se embrollarán bien pronto. Comenzarán a aparecer los cuerpos fríos de los cadáveres de turno y los cuerpos calientes de las niñas bien a las que la música negra y el aliento a bourbon les pone cantidad.

Y ya tenemos un noir clásico, al estilo de los pulps americanos, pero escrito por un tipo de apellidos tan escasamente anglosajones como Gutiérrez Maluenda. Y de nombre, Luis. Sin la “o” intercalada que lo acercaría a Armstrong o a Joe.

Cuando leemos que Gutiérrez Maluenda es autor de una novela titulada Putas, diamantes y cante jondo, podemos inferir que es un tipo enamorado de esa Worls Music que ya existía mucho antes de que Peter Gabriel viniese a ponerle etiqueta. Músicas calientes, músicas ardientes interpretadas por tipos que no dudan en dejarse los pulmones, soplando a través de la boquilla de un saxofón o destrozándose los dedos, desgarrando las cuerdas de la guitarra.

Música para los muertos es una estupenda novela. Corta. Lo que la hace doblemente estupenda. Una novela sin pretensiones y cuya lectura, precisamente por eso, resulta deliciosa, entrañable, ágil y divertida. Una novela escrita desde el amor por la música y el respeto a los clásicos, pero con la osadía de los valientes, la irreverencia de los heterodoxos y la libertad de los que nada tienen que callar ni que perder.

Estamos ante una novela extraordinaria que debe leerse de noche, con un buen disco de be bop sonando en la sala y bien acompañada de un vaso rebosante de buen bourbon. Una de esas novelas táctiles y robustas, de las que se pegan a las manos y de las que te reconcilian con una forma absolutamente independiente de entender la literatura. Un enorme acierto de la siempre activa y preclara editorial Tropismos.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

http://blogs.ideal.es/pateandoelmundo


 

Motivos para matar

Motivos para matar De entrada, debo reconocer mi buena predisposición hacia la novela policial italiana: los Camilleri, Todde, Lucarelli, Varesi, Vichi y otros forman parte de una lista personal que abrió, hace años, el "italiano" de Kiev Giorgio Scerbanenco. La lista la cierra, de momento, Gianni Biondillo, la última incorporación a lo que un día quise denominar "nueva scuadra azzurra".

Gianni Biondillo es el autor de Motivos para matar, novela protagonizada por el inspector Ferraro, un apellido insulso, como él mismo reconoce, pues no termina en "i" o en "a", vocales que le habrían dado otra corpulencia, otro poso de dignidad y exclusividad muy diferente. Y corriente como el apellido es su propietario, un tipo normal, nacido en un barrio de la periferia milanesa, hijo de un camionero casi siempre ausente y de una limpiadora a la que debía echar una mano mientras trataba de sacar adelante los estudios. Un individuo con un afilado sentido del humor, equilibrado en su desorden y, aunque no lo parezca, revestido de una cierta tristeza que a duras penas trata de ocultar.

Pero la verdadera protagonista de Motivos para matar es Milán, la ciudad lombarda sinónimo de moda y exquisitez, de glamour y superficialidad, pero también de delincuencia, marginalidad, arrabales cochambrosos, inmigración, supervivencia... Y solidaridad entre los más desgraciados, ya sean delincuentes de profesión o policías sin vocación como Ferraro.

La novela -cuatro relatos independientes en realidad, uno por cada una de las estaciones del año- utiliza a los habitantes de la ciudad, con representación de todos los estamentos y clases sociales que la conforman, para llevarnos de paseo por ella, tanto por el centro que muchos conocemos como por los alrededores deprimidos que nunca visitaremos como turistas. Así, a Ferraro le acompañarán sus colegas Comaschi, Gerini o Lanza (el policía más surrealista que he conocido nunca, aunque me temo que simplemente finge serlo para desesperación de quienes deben convivir a diario con él); los delincuentes o en puertas de serlo don Ciccio, Armandino o Mimmo; y, para gozo del protagonista, Luisa Donnaciva, millonaria de profesión y encantada con un apellido que cree significa "dueña de la ciudad" aunque algunos le aclaren que tal vez su traducción sea la de "mujerzuela".

Una buena primera novela con la que disfrutar desde la primera página y en la que seremos testigos de la evolución del protagonista conformen pasan las estaciones. Ah, y para los aficionados a prejuzgar y que piensan que todos los italianos son iguales, aclarar que para Ferraro, a pesar de serlo de los pies a la cabeza, la gastronomía no es su fuerte. Ni mucho menos.

Ricardo Bosque


MOTIVOS PARA MATAR
Gianni Biondillo
Traducción de Cristina Zelich
TROPISMOS


Cien dólares baby

Cien dólares baby Es un acierto, provocativo para algunos, poner en circulación un libro a la antigua, y que emula a grandes maestros de la literatura negra y criminal. Robert B. Parker nunca lo ha negado y en sus obras queda patente.

 

Pero el autor, que fue seleccionado por el Club de Admiradores de Raymond Chandler para que acabara de completar la obra inconclusa de éste El Misterio de Poodle Springs, respeta las entregas anuales de sus personajes como nadie.

 

Básicamente, divide su obra literaria en las tres series de sus detectives: Spencer (35 entregas); Jesse Stone (7 entregas) y Sunny Randall (6 entregas), aparte de otras obras que intentan evadir al autor del género policíaco.

 

Cien dólares baby es la penúltima aventura del detective Spencer; en estos momentos el autor publica su última novela, Now and Then. Cuando April, una vieja amiga de aventuras, se presenta en el despacho del detective, él se niega a reconocerla. Han pasado los años y ahora ejerce de venerable y adinerada madam de lujo; negocio en el que las principales prostitutas suelen ser mujeres que, aparte de vender su cuerpo, disfrutan con él.

 

El problema que se le presenta ahora es que a ella la están extorsionando para arrebatarle tan fructífero negocio. Todo apunta a un tipo llamado Ollie DeMars, un ejemplar nada claro y que está metido en asuntos turbios relacionados con el encargo de palizas a domicilio.

 

El detective bostoniano, a pesar de que actualmente goza de una feliz vida conyugal, no duda en inmiscuirse en la vida de la susodicha antigua "amiga". A pesar de que no lo tiene claro, sus contactos lo mantendrán al tanto de todos los individuos. Así que reúne a su equipo característico para que mientras pueda investigar no se vuelvan a producir altercados en la villa.

 

El presunto extorsionador aparece asesinado, y entonces la trama se complica. Un negocio más lucrativo se esconde detrás de todo lo relacionado con su antigua cliente, April.

 

Belacqva sigue con sus orillas negras sorprendiéndonos y lo hace con un autor que basándose en los clichés de la antigua novela negra, la traslada al siglo XXI, como si estas historias fueran el reflejo de una sociedad actual y creíble.

 

Para acabar, decir que Robert B. Parker es uno de los escritores de novela negra estadounidense que goza de mayor popularidad, gracias principalmente al fenómeno "seguidor", con clubes parkerianos en varios estados americanos. Muchas de sus obras han sido llevadas a la televisión, en capítulos de series conocidas, en las que actualmente sigue colaborando.


Por José Andrés Espelt

http://crucedecables.blogspot.com/


CIEN DÓLARES BABY

Robert B. Parker

BELACQVA, LA ORILLA NEGRA

 


Cuando la oscuridad se cierne

Cuando la oscuridad se cierne

El recurso del falso culpable ha dado mucho juego en el género negro. Pese a ser un tema tópico y recurrente (en el fondo, cuando hablamos de literatura, negra, blanca o de cualquier color, ¿qué tema no lo es?) en manos de un buen escritor puede dar lugar a una novela interesante, amena, entretenida y, en ocasiones, llegar a cautivarnos de tal modo que no podemos dejar de leerla hasta el final y, posteriormente, lamentar que haya finalizado.

 

Cuando la oscuridad se cierne, del escritor norteamericano Peter Blauner, es una de esas novelas que nos atrapan casi sin darnos cuenta, y en ello tiene mucho que ver la historia, una nueva vuelta de tuerca al ya mencionado tema del falso culpable, sólo que desde un punto de vista diferente al habitual. Porque el “falso culpable” (o quizás no, hay que dejar al lector que lo descubra por sí mismo) no es un hombre que lucha agónicamente por demostrar su inocencia sino que ha cumplido ya su condena o, al menos gran parte de ella. En efecto, Julián Vega, ha pasado veinte años de su vida, desde los 17 a los 37 en la cárcel, y cuando sale, por un simple tecnicismo jurídico, no porque su inocencia haya sido reivindicada, ya no es el mismo que entró. Veinte años en la cárcel, en la edad en la que un joven se está formando y abriéndose a la vida, no sólo endurece sino que encanalla hasta límites insospechados. Y si quien entró en prisión era un joven inocente en todos los sentidos de la palabra, quien sale de ella ha dejado de serlo, con todo lo que conlleva.

 

Siempre que hay un falso culpable, las reglas del juego están meridianamente claras en lo que a este aspecto del género concierne, tiene que haber un perseguidor, alguien cuyo objetivo en la vida es amargar la vida al inocente y llevarle a prisión o al patíbulo, si es posible. Peter Blauner respeta esas reglas y nos ofrece un enemigo a la altura del puertorriqueño. Se trata Francis X. Loghlin, detective de homicidios de origen irlandés, lo que ya de por sí es una categoría en la novela criminal norteamericana, un hombre que se está quedando ciego, y que antes de ser declarado inválido quiere volver a meter en la cárcel a Vega, del que está convencido de que es culpable, aunque para ello tenga que bordear peligrosamente los límites de la legalidad.

 

Y es que una de las virtualidades del autor es, precisamente, ese enfrentamiento entre personajes alejado del maniqueo. Ni Loghlin es un policía corrupto que quiere encarcelar al joven puertorriqueño por una pulsión racista o por tallar una muesca más en su revólver, ni Vega es un hombre candoroso (quizás lo fue, pero eso desapareció con su juventud) que quiere rehacer su vida. Ambos se pasean por el filo de la navaja, convencidos de sus razones, pero plenamente conscientes también de que su triunfo marcará la humillación de su contrincante y de que ambos lucharán hasta el límite para destrozar a su oponente. El tiempo se acaba, para el policía irlandés porque su ceguera avanza poco a poco, para el acusado puertorriqueño porque las puertas de la prisión pueden volver a abrirse en cualquier momento exigiendo su regreso. Quizás los mimbres de este cesto respondan a un tópico pero con ellos Peter Blauner ha tejido una novela que en el año 2006 ganó el prestigioso Premio Edgard. Merece la pena acercarse a ella y descubrir por qué lo ganó.

 

José Javier Abasolo

 

CUANDO LA OSCURIDAD SE CIERNE

Peter Blauner

Traducción de María Otero

LA FACTORÍA DE IDEAS

 

El Baño de la Cava

El Baño de la Cava
Que Toledo es una ciudad espectacular, tremendamente atractiva y mágica no lo vamos a descubrir ahora. Que tiene su dosis de misterio con tantos mitos y leyenda que aún hoy no sabemos discernir de lo verdadero, tampoco es ninguna primicia, pero que de alguna forma ha cautivado a numerosos escritores contemporáneos de novela negra y otros géneros afines quizás no lo sepamos; Martínez Laínez con Tajo, Val McDermid con Asesino de sombras, Pérez Reverte con El club Dumas, o El círculo de Juanelo de Baltasar Magro son algunos de ellos.

 

Además de todos estos libros tan amenos como necesarios, entre los autores más interesantes y reconocidos que de una u otra forma han rendido tributo a la ciudad imperial debemos incluir por meritos propios a un escritor local que con El Baño de la Cava ganó en el año 2000 el Premio Felipe Trigo de Narrativa, su nombre, Alfonso Ruiz de Aguirre, autor prolífico de variados registros y trayectoria envidiable.

 

Cuenta la leyenda que Don Julián, conde de alto cargo en el norte africano, había enviado a su hija Florinda a la corte toledana, en la que sin duda podría encontrar mejores partidos y una más refinada educación. La hermosa doncella acostumbraba a bañarse al píe de aquel puente de barcas. Un buen día, Don Rodrigo, rey de los godos, descubrió el apetitoso cuerpo de Florinda y, como hombre que acostumbra a alcanzar todo lo que apetece o interesa, se dispuso a degustarlo al precio que fuera... Conseguido el festín, la joven recibiría el sobrenombre de La Cava, que traducido del árabe significa prostituta... Continúa la leyenda con una segunda parte más tenebrosa. Florinda bajaba al río a diario a llorar sus "vergüenzas", penitencia que no interrumpió hasta caer muerta de dolor en aquel mismo lugar.

 

AlfonsoRuiz de Aguirre, aprovecha el halo de misterio y enigma de esta leyenda toledana para entretejer un magnifico relato con su delicada narrativa. En plenos años sesenta una mujer cae desde el Puente de San Martín, muy cerca del llamado Baño de la Cava, mientras dos hombres contemplan la escena amparados por la oscuridad y la tonalidad de sus mantos. Lo que parece ser el final de una historia no es más que el principio de una oscura trama ideada por mentes tan perversas como oficiales sus uniformes.

 

En El Baño de la Cava encontramos un compromiso vivo con la ciudad y sus habitantes, con su mitología y la realidad de unos años grises, hay compromiso también con la historia no escrita, pero a la vez también hay riesgo, mucho riesgo al escribir sobre una mujer tachada de cava, de prostituta, por defender que su derecho a elegir no es exclusivo de los hombres o del poder, que en esta historia viene a ser lo mismo.

 

Para ello, el autor elige como narrador a cada uno de los personajes, dándoles así la oportunidad de detallar su propia sordidez, la miseria que esconden sus actos cobardes y por lo tanto humanos, convirtiendo la lectura de esta novela coral en un auténtico círculo concéntrico donde el presente y el pasado, sorprendentemente y aunque nos pese, caminan de la mano.

 

José Ramón Gómez Cabezas

 

 

EL BAÑO DE LA CAVA

Alfonso Ruiz de Aguirre

ALGAIDA 2001.

* Esta novela se alzó con el XX Premio de Novela Felipe Trigo.

 

Ley Garrote

Ley Garrote
Desde luego, no sería Ley garrote la novela que, cuando intentaba enamorar a mi Sacai, le habría regalado para terminar de convencerla. Tampoco sería la novela que recomendaría a mi suegra, Fina, cuando me pide algún consejo lector.

No. Ley garrote no es la novela que le diría a Mamen que leyera, en su actual estado de buena esperanza ni, tampoco, sería la que le regalaría a un amigo convaleciente en la cama de un hospital. Nunca regalaría Ley garrote a mi jefe por Navidad y, desde luego, no sería el presente que haría a mi Amigo Invisible si alguna vez hubiera participado de tan extraña costumbre.

Porque Ley garrote es una de esas novelas que, de puro salvaje, ácida e irreverente, deja poso, tizna los dedos de las manos. Es un libro que mancha y que, a buen seguro, eleva los niveles de contaminación de las casas en que su prosa salvaje haya podido ser devorada por el incauto lector de turno.

La mayoría de quiénes nos dedicamos a esto de comentar libros y películas, alguna vez hemos incurrido en ese lugar común que es definir el cine o la literatura como el fino escalpelo que el autor/director emplea para diseccionar la realidad oculta de una sociedad. En el caso de la novela de Joaquín Guerrero-Casasola, más que un delicado bisturí, lo que el autor utiliza es, directamente, un martillo pilón.

Y eso es así, posiblemente, porque no hay fino bisturí capaz de enfrentarse a un monstruo del calibre del DF. Fijo que el cirujano que intentara la operación, se quedaba con el instrumental mellado e inservible de por vida. Así que, bienvenido sea el martillo pilón para contar una historia que, la portada del libro, editado por Roca editorial, describe así: “En México DF, un investigador sui géneris anda tras la pista de una joven secuestrada, arriesgando su integridad física y su salud mental.”

Efectivamente. Gil Baleares es un detective cuya máxima prioridad es comprarse un coche nuevo y, para ello, cuenta con el salario que espera ganar resolviendo el secuestro de la señorita Del Moral. Sin embargo, lo que parecía un asunto relativamente sencillo, se irá complicando cada vez más, aderezado todo ello con palizas, persecuciones, golpizas y balaceras.

Y, para colmo, el alzheimer galopante del padre de Gil le va a complicar a su hijo la vida aún más. Porque el Perro Baleares, con la cabeza ida, puede ser temible, y no dudará en intentar abusar de la mujer que le cuida, golpear a quién sea necesario para salirse con la suya y actuar como un niño salvajemente travieso y agresivo.

¿Cómo funcionan las mafias de los secuestros? La respuesta está en Ley garrote. ¿Queremos saber algo sobre corrupción policial, la vida de los burgueses en el Distrito Federal, sus vicios y pecados? Ley garrote. ¿Queremos reírnos a carcajada limpia con las peripecias de un antihéroe tan patético y lamentable como entrañable y simpático? Ley garrote.

Así, y aunque fuera una apuesta fuerte y valiente, no es de extrañar que esta novela, sin concesiones, fuera galardonada por el Premio Internacional de Novela Negra L`H Confidencial 2007. Su autor es de los que no se casan con nadie y de los que, al hipotético consejo de que suavizara algo algunos pasajes de su novela, respondería con una buena inyección de hemoglobina, unos cuantos huesos rotos, un par de botellas de tequila y una buena balacera.

Impagable.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros

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El secreto de Christine

El secreto de Christine
Hay varios modos de conocer una ciudad, en este caso Dublín, siempre en función del presupuesto de que dispongamos: a) hacer uso de una compañía aérea aunque sea de bajo coste (por ejemplo irlandesa y con una lira dibujada en la cola del avión) y reservar habitación en algún hotel de Temple Bar; b) pasar una noche bebiendo Guinness en una de las múltiples tabernas con decoración homologada que existen en casi cualquier país del mundo; c) ver por televisión alguno de los documentales que se suelen programar el 17 de marzo de cada año con motivo de la festividad de Saint Patrick; d) leer uno de los muchos libros en los que aparece la ciudad como protagonista o como lugar en el que transcurre la acción.

Un ejemplo de esta última opción, la más asequible y que menos esfuerzo físico exige, sería ese libro con título de personaje homérico del que muchos dicen que es una joya de la literatura, si bien todavía no he conocido a nadie que se lo haya metido entero entre pecho y espalda por propia voluntad. Otra posibilidad, mucho más llevadera para un lector medio es hacerse con un ejemplar de la novela que nos ocupa, El secreto de Christine, de Benjamin Black.

Benjamin Black es el revelador seudónimo elegido por un debutante en el género negro, el escritor irlandés John Banville, galardonado en 2005 con el premio Booker por su novela El mar, edición en la que fueron finalistas Zadie Smith con su obra Sobre la belleza y Julian Barnes con Arthur & George.

Quizás la trama de El secreto de Christine sea lo menos trascendente de la novela, pues cualquier lector iniciado en el género (e incluso los primerizos como el autor) descubrirá a las primeras de cambio qué hay detrás de la manipulación del expediente médico que refleja las circunstancias de la muerte de una mujer demasiado joven para fallecer de una embolia pulmonar, sobre todo cuando una segunda autopsia establece una causa del óbito muy diferente.

No, lo realmente interesante de la novela es cómo el autor aprovecha los recursos del género negro para describirnos la Irlanda de mitad del siglo XX, un país en el que las desigualdades sociales resultan atroces, con una buena parte de la población que debe recurrir a la caridad católica para sobrevivir, y unos pocos privilegiados, encerrados en su propio feudo e impregnados de religiosidad por los cuatro costados y para quienes la caridad bien entendida empieza, como se suele decir, por ellos mismos. Y un hombre, Quirke, más acostumbrado a los muertos que a los vivos, perteneciente por nacimiento a los maltratados y por adopción a los elegidos, arrastrado a conectar, aun sin pretenderlo, ambas realidades.

Hipocresía piadosa, putas, parteras clandestinas, borrachos de taberna aferrados a lo poco que les queda (en ocasiones, unas pocas monedas destinadas a la siguiente cerveza negra con la que olvidarse de la realidad), matones encargados de realizar el trabajo sucio que detestan los caballeros, la insoportable humedad del clima irlandés, complejas relaciones familiares poco acordes a lo que predica la Iglesia... Todo ello en algo menos de cuatrocientas páginas cargadas de precisas y preciosas descripciones, tanto de los personajes como de los escenarios y situaciones.

Una novela que debe leerse con calma, disfrutando del cuidado lenguaje que utiliza el autor hasta conocer el secreto que guardaba Christine y, sobre todo, el secreto que esconden los personajes de los que creíamos saber todo desde el principio.

Ricardo Bosque


EL SECRETO DE CHRISTINE
Benjamin Black
Traducción de Miguel Martínez-Lage
ALFAGUARA


La aguja en el pajar

La aguja en el pajar

La aguja en el pajar es una estupenda novela, premiada en la Semana Negra de este año con el Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela negra y criminal escrita originalmente en castellano.

La aguja en el pajar es una excelente primera novela que no adolece de ninguno de los típicos errores de los novelistas debutantes: exceso de ambición por contarlo todo, finales llenos de pirotecnia, confabulaciones templario-judeo-masónicas para atraer lectores, humor tipo Club de la Comedia con el que el autor intenta caer bien y ser simpático, no comprometiéndose con nada ni con nadie...

La aguja en el pajar es una magnífica novela muy argentina escrita por Ernesto Mallo, un argentino muy, pero que muy argentino.

La aguja en el pajar es una impresionante novela que nos presenta a un puñado de personajes cuyas vidas nunca deberían haber coincidido en el espacio ni en el tiempo pero que, sin embargo, el azar hace que confluyan en doscientas páginas vibrantes, tensas, adictivas.

La aguja en el pajar es una electrizante novela cuyo título resume perfectamente la relación que se genera entre Lascano, un comisario de la policía bonaerense en la época de la dictadura, que aún llora a su Marisa, la esposa que falleció, y el resto de personajes. A Lascano le encargan una investigación rutinaria: investigar la muerte de dos chavales con pinta de subversivos. Bueno, lo de “investigar”, así, entre comillas.

Pero lo curioso en que, cuando llega al riachuelo en que estaban los dos cadáveres denunciados, son tres los cuerpos que aparecen. ¿Quién es el tercer fallecido? ¿Qué pintan en esta historia unos niños bien, de la alta burguesía porteña? ¿Quién es Giribaldi y por qué Maisabé, su sufriente esposa, es tan desgraciada? Y están los hermanos Biterman, tan distintos como complementarios...

La aguja en el pajar es una novela riquísima, repleta de matices, con un argumento complejo, pero en absoluto complicado, en que las relaciones entre los personajes sirven para tejer un fresco muy representativo de lo que tuvo que ser la Argentina de la Dictadura.

Y, en el caso que nos ocupa, me gustaría mucho saber qué le parece la novela a mi amigo bonaerense, Jorge Alberto, ya que en el argumento del libro, los empeños, los prestamistas y los usureros juegan un papel importante, describiendo muy bien esa dependencia que alguna gente tiene de ese crédito que algunos desaprensivos convierten en algo detestable.

La aguja en el pajar es, en fin, una novela de libro, corta, concreta, concisa, completa, densa y, sobre todo, muy, muy interesante. Una de esas novelas para cuya lectura siempre estás buscando un hueco entre todas las cosas que te ocupan el transcurrir del día.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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