Cómplices de oscuros deseos (y 2)
Por Yamilet García Zamora
Uno de los aspectos más interesantes de la obra es la manera en que los asesinatos se producen. El primero es planificado con cierta astucia –aunque aparecen elementos que se van fuera de control. La manera brutal en que se ejecuta –máxime tomando en consideración que se trata de alguien con quien el asesino convive- es la muestra palpable que estamos ante la presencia de un asesino despiadado y sin escrúpulos.
Levantó el remo, como si se dispusiera a jugar con él y, en el momento en que Dickie se agachaba para quitarse los pantalones, se lo descargó sobre la cabeza… Tom se irguió y descargó un nuevo golpe, con violencia, concentrando en él toda su fuerza… Sujetando el remo con la izquierda, Tom descargó un tercer golpe sobre el lado de la cabeza de la cabeza de Dickie. El borde del remo cortó la piel y la herida se llenó enseguida de sangre. Dickie quedó tumbado en el fondo de la lancha, retorciéndose. De sus labios salió un gruñido de protesta, tan fuerte que Tom se asutó de oírlo. Tom le golpeó en el cuello, tres veces, con el canto del remo, como si éste fuera un hacha y el cuello de Dickie un árbol… Tom experimentó una fugaz sensación de fatiga mientras seguía golpeando con el remo… Tom agarró el remo como si se tratase de una bayoneta y se lo hundió en un costado… (4)
En toda esta secuencia narrativa la única emoción que trasluce el asesino es “una fugaz sensación de fatiga”. Y es que, en general, los sentimientos de Tom son extraños y ambiguos. Las verdades lo ponen nervioso, se felicita a sí mismo por las ideas que se le ocurren, se autoalaba por sus historias pero, a la vez, se odia por quién es. La personalidad de Tom no está definida –se odia y cree que sus amigos son “gentuza repugnante” ( p. 30) o “gentecilla de medio pelo” ( p. 35)-, lo que le posibilita copiar, con mayor soltura, la voz, los gestos y los gustos de Dickie. No hay ni resto de humanidad en este asesino a sangre fría, un loco sin límites a sus fechorías. Pero este análisis sólo se puede hacer una vez concluido el libro o con una gran fuerza de voluntad para alejarse de los acontecimientos, al estilo de Brecht (5). Porque cuando estamos inmersos en la trama sólo asistimos, deslumbrados, a la sublime y tétrica magia de los acontecimientos, al plan diabólico de la copia mimética de una personalidad para consumar el crimen perfecto, tan añorado por tantos escritores… y asesinos.
Le era absolutamente indiferente cenar e ir al teatro solo. Así tenía ocasión de concentrarse en su papel de Dickie Greenleaf. Partía el pan exactamente como lo hacía Dickie, se llevaba el tenedor a la boca con la izquierda, igual que Dickie, y observaba las mesas colindantes y las parejas que bailaban en la pista con tal aire de estar inmerso en un profundo y benévolo trance que el camarero, en un par de ocasiones, tuvo que hablarle dos veces para hacerse oír. (6)
Si en el primer asesinato prima la codicia y el ansia de transformarse en quien no es, el segundo es causa indirecta del primero y no hay premeditación sino cálculo rápido del asesino que teme ser descubierto, porque, en realidad, “no había tenido intenciones de matarlo” (p. 129). Pero hasta la buena estrella y las casualidades pueden revertirse. Y esto sella el destino de Freddie.
El borde del cenicero le dio en plena frente. Freddie se quedó atónito. Entonces se le doblaron las rodillas y cayó como un buey derribado por un mazazo entre los ojos. Tom cerró la puerta de un puntapié. Con el cenicero descargó un fuerte golpe en la nuca de Freddie. Luego otro, y otro, temiendo que Freddie estuviera simplemente fingiendo y que, de pronto, sus brazos le atenazasen las piernas y le derribasen. Descargó otro golpe, esta vez de refilón y sobre le cráneo, y la sangre empezó a manar. (7)
Creo que en la suerte de Tom para que no lo descubran influyen una serie de factores: su habilidad para las situaciones comprometedoras, la confianza que inspira su figura algo bobalicona, servil y hasta débil –imagen que sabe la autora plasmar muy bien a través de actitudes, gestos, conversaciones- y, definitivamente, la estupidez de la policía. No niego la magistral forma en que Patricia conduce las situaciones delicadas, la mayoría de las veces, con un juego impecable en el cambio de personalidades pero a veces es casi infantil la manera en que se engaña a la gente. ¿Cómo –me pregunto- es posible que Marge lo llame desde el vestíbulo del hotel, se trague lo del cambio de las voces, se crea que Dickie salió hace media hora y no suba? Éste es, quizás, de todos los posibles esquinazos de la novela, el menos plausible. Pero unida a la buena estrella de Tom, su inteligencia, etc., etc., hay un hecho humano con el que la autora –y el protagonista- manipulan al resto: la gente cree en lo que quiere creer, aun cuando le pongan delante todas las pruebas del mundo.
El tercer asesinato no se llega a realizar aunque sí pasa por la mente de Tom: la muerte de Marge en Venecia. Lanzarla al canal, simular una caída… quitarse a la molesta muchacha de encima. A mi modo de ver, esta muerte hubiera complicado la trama y hubiera sido ya casi imposible, por lo inverosímil de las situaciones, que no se hubiera sospechado de Tom. La autora huye de la tentación asesina porque si la concatenación de casualidades y la manipulación de situaciones y personas han sido posibles hasta esa altura de la novela, un solo paso en falso la hubiera convertido en una novela con acontecimientos improbables. Y todo se hubiera desmoronado.
¿Una buena novela? Creo que, al saber conjugar las habilidades de su protagónico con soluciones magistrales ante situaciones embarazosas y un lenguaje sencillo, con frases cortas y sin rodeos –ni éticos o morales, que hubieran vuelto más despaciosa la lectura-, la autora ha creado una novela que rompe con los cánones del “buen policía”, un hombre que busca pistas e imagina soluciones gracias a su mente brillante; el detective amante de mujeres, vinos y comidas por igual; el gourmet que dicta cátedras acerca de platos regionales o exquisitos. Porque, en A pleno sol, quien busca soluciones sugiere pistas para que no lo culpen; el único que posee una mente brillante y ama los placeres terrenales es Ripley, el asesino. Y hay que agradecer, siempre, las obras que rompen con lo establecido y nos hace cómplices de los más oscuros deseos.
Notas:
(4) Patricia Higsmith. A pleno sol. Barcelona, Editorial Anagrama, 1981, p. 95
(5) Bertolt Brecht (1898 –1956), dramaturgo y poeta alemán. Su técnica del distanciamiento propone al espectador la reflexión de lo contemplado, más que la identificación con la trama o los personajes, alejándolo de cualquier posible implicación personal o emocional con la historia. Sólo aplicando dicha técnica del teatro a esta novela se pueden sacar conclusiones más objetivas.
(6) Patricia Higsmith. A pleno sol. Ob. cit, p. 119-120.
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