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Motel por Wilberio Mardones

El flaco entró como una tromba a la pieza, ni la flaca ni yo pudimos hacer nada. Ella estaba montada encima mío, acabando; yo tenía las caderas levantadas, metiéndoselo hasta el fondo; ella ahogaba un gemido que iba a ser grito, pero no le salió más que aire cuando el flaco le enterró en un riñón el enorme cuchillo que enarbolaba, para sacarlo rápidamente y clavárselo en la garganta cuando ella se retorcía hacia atrás. La flaca escoró despidiendo sangre por cintura y cuello, sin desprenderse de mí, sujeta por mi miembro que se mantenía erecto, sosteniendo la eyaculación, como si tuviera vida propia.

 

El flaco lanzó un aullido y se abalanzó sobre mí, el cuchillo sanguinolento alzado. Me di por muerto, aunque tenía que ocurrírsele la idea de separarnos y con una carcajada apuntó hacia nuestros genitales unidos; pero yo usé el cuerpo inerte de la flaca como escudo, con lo cual la arremetida sólo significó que el arma volviera a hundirse en ella, trabándose entre sus costillas. Vi al flaco luchar para desprender el arma. Aproveché el momento para darle con toda mi alma con la lámpara del velador. Eso me salvó. Por eso estoy contando el cuento...

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