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Club de lectura

La esfinge de Monica Sacco

La miro y me devuelve la mirada con indiferencia de esfinge. No la esfinge egipcia, faraónica y viril, sino la tebana, femenina y devoradora de hombres. Su belleza me conmueve. Su crueldad, también. Su languidez engaña. Su pereza es sólo fingida. Simplemente, espera el momento de actuar con la confianza en sí misma que la caracteriza.

Nunca ha fallado. Es eficaz y certera. No se ensaña inútilmente y la admiro por eso. Podría ser mucho más violenta: conozco sus instintos. Pero sabe refrenarlos al momento de los hechos. Es perfecta. Le sonrío. Ella sabe porqué. Vuelve a mirarme y sus ojos me dicen que será pronto. Ya quisiera yo tener su arte. Por eso la elegí: por su perfeccionismo. Sé que disfruta del instante supremo de matar y eso me da escalofríos. A veces me cuestiono los porqués de no hacer yo mismo su tarea. ¿Cobardía? ¿Asco? ¿Miedo? Sólo sé que prefiero que ella se encargue. Es lo mejor para los dos. Ella mata por mí, yo pago por sus servicios. Es un buen arreglo. Ah, ya se apresta. Cada músculo de su bello cuerpo es parte de una sinfonía negra. Allá va. Espera. Acecha. Mata. Regresa. Mi gata negra.

Es muy fácil de Francis P. Fernández

El hombre bajó del tren arrastrando el maletón con estrépito. Atrayendo miradas curiosas, jocosas o bovinas. Rehuyendo las ayudas indeseadas; indeseables.

 

Se quedó allí plantado esperando la llegada de uno de los mozos y, sin mediar palabra, le indicó el camino de la consigna. Allá llegaron envueltos en las vaharadas de vapor y escándalo que inundaban el anden.

 

Una propina bien medida, justa para la salvaguarda del anonimato.

 

El empleado de la consigna, acostumbrado a los bultos pesados, a los viajeros sin rostro, se limitó a pesar el maletón, proceder al cobro, actualizar el estadillo y cumplimentar el recibo. Segundos después de que el cliente saliera ya habría sido incapaz de recordar su aspecto. Otro más.

 

Llovía a cántaros.

 

El hombre, tras quemar el recibo en el interior de los servicios, cruzó a buen paso el vestíbulo atestado de la estación y se arrebujó en el interior de la gabardina antes de zambullirse, de disolverse, en la cortina de oscuridad y agua.

 

Dentro del maletón, al fondo de la consigna, los pedazos de la víctima, bien desangrados y envueltos en papel de estraza, esperaban la hora del alumbramiento. Torso, brazos, piernas, pies, pero no manos y tampoco cabeza.

 

Qué fácil.

Defensa Propia de Pedro de Paz

La luz azul de los rotativos destella sobre las paredes del callejón. Los agentes deambulan de un lado para otro alrededor del cadáver. El inspector Tejada aspira una calada de su cigarrillo mientras observa la escena apoyado sobre uno de los coches patrulla. De las ventanas próximas llegan los ecos de un saxo cuya ejecución perpetra alguien poco avezado. Harlem Nocturne de Earle Hagen. «Mierda —piensa Tejada—, desde la serie Mike Hammer todo el mundo se cree con derecho a destrozar la puta canción».

 

—Tres disparos. Dos en la espalda y uno en la cabeza. A quemarropa —anuncia Alonso sin la menor emoción.

—No —musita Tejada.

—¿No?

—No. Pondrás que fue a varios metros de distancia. Yo alegaré defensa propia.

 

Alonso sonríe con desgana.

 

—Los de la espalda van a ser difícil de justificar.

—Me da igual. Rellena el informe y pon lo que te he dicho.

—Pero…

—Ni pero ni hostias. Ese no volverá a poner la mano encima a ningún otro niño.

 

Tejada abre la cartera y contempla las fotos de sus dos hijos. Luego, alza la mirada para posarla con desprecio en el cuerpo derrumbado en el suelo. Quizá haya sido, en efecto, en defensa propia.

 

 

 

Carretera vacía de Juan Ignacio Colil Abricot

Lo primero que vi fue su rostro. Tenía una mancha de sangre que lo cubría casi entero. Estaba fría. Me levanté asustado, temblando. Al acostarme ella estaba muy lejos de mí. De hecho lo nuestro había terminado. El sol anunciaba una mañana calurosa, sofocante. No tenía razones para explicar su fría presencia. Con mucho cuidado la envolví en una alfombra. Pensaba en ella, en su sonrisa, en sus ojos y también pensaba en la alfombra que ella me había regalado en un arranque de amor textil. Como pude la subí al techo del auto, la amarré y salí tratando de no levantar sospechas. Anduve durante horas, siempre dirigiéndome al sur. A ratos  me olvidaba de ella. Sabía que tenía que buscar un camino lateral y luego otro más pequeño hasta encontrar el sitio perfecto para abandonarla. Pensaba en su rostro, en las últimas palabras que me había dicho y no lograba entender como había llegado hasta mi cama, a mi lado, quién le había hecho eso que no me atrevía a nombrar. Me estacioné para cargar combustible y aproveché de ir a un baño. Fue cosa de minutos. Al volver alguien había robado mi alfombra. Regresé por una carretera vacía.

 

Nunca cambiaré por Ricardo Bosque

Mi sexta víctima de la tarde está, literalmente, pegada a la pared, paralizada por el terror que le provoca haber visto lo que acabo de hacer con sus hermanos. Con ellos no he tenido compasión aunque tampoco he querido ensañarme. Simplemente era su destino, así que tampoco pretendía  hacerles sufrir innecesariamente.

 

Es el más pequeño de todos. Quizás por eso, el más escurridizo y el que más resistencia opone. Lo sujeto por el cuello con firmeza, para que no dude acerca de quién manda aquí. Me mira, incapaz de hablar, pero a su manera me implora que no le haga daño. No le sirve de nada.

 

El primer golpe le cae en la cabeza sin que tenga tiempo para reaccionar. Apenas tiene fuerzas para gritar cuando le cae el segundo, luego el tercero... Ya puedo soltarle, está claro que no va a volver a moverse y me dedico a rematarle a placer. Cuatro, cinco, seis golpes y la faena esta concluida.

 

Dicen que no tengo remedio, que jamás seré capaz de reinsertarme, que por mucho que me encierren en la caja de herramientas nunca cambiaré.

 

Pero, qué quieren que les diga, ya lo cantaba Pedro Navaja: si naciste pa' martillo...

Un Concurso Criminal de José Javier Abasolo

Un concurso. Doscientas palabras para matar. En un blog dedicado al género negro. Un problema: los concursantes. Muchos, seguro. Muy buenos, posiblemente. Y muy vagos, doscientas palabras no cansan tanto como doscientos folios. Resumiendo, muchos competidores. No, rectifico, muchos enemigos. Demasiados.

¿Quiero ganar? Sí. ¿Va a ser fácil? No. Conozco el blog, sus lectores saben lo que es el crimen, lo que es acechar en la noche para dar el último y definitivo golpe.

Hago labor de espionaje. Les veo, les leo. José Andrés Espelt. Pedro Avilés. En otros momentos podrían ser amigos. Ahora estorban.

Recibo un chivatazo. Me hablan de Ricardo, Jesús, Fran, tal vez Joserra y Ezequiel, Irene o…, mejor no seguir, me deprimo.

¿Difícil? Sí. ¿Imposible? Se trata de crímenes, ¿no? Sí. ¿Y quién sabe mucho de crímenes? ¿Tú? Sí, yo. ¿De ficción? Sí, pero, ¿dónde está el límite entre ficción y realidad?

Una única posibilidad. Matarlos a todos. Tengo los modelos: Raúl, Andreu, Ledesma, Montalbán, muchos más. Paso a la acción. Uno a uno van cayendo todos. No saben lo que ocurre, simplemente mueren. Creían que era un juego. Y lo era. Mortal.

Los he matado a todos. Con doscientas palabras letales. La victoria es mía.

Denuncia de una coma de Sergi Álvarez

La denunciante es una coma que trabaja a horario completo en una novela policíaca de escasa calidad y bastante éxito

La denunciante ha declarado que estando en horario de trabajo fue empujada por la espalda cayendo de bruces sobre el suelo de la página Que primero pensó que había sido un accidente pero que al volverse pudo comprobar que era seguida por unas comillas y que estas además se estaban burlando de ella

La denunciante añade que presentó la queja correspondiente a la autoridad competente en concreto a la dirección de la editorial y que no sólo fue ignorada sino que su situación se agravó al repetirse la misma escena en la siguiente lectura y darse cuenta de que esta vez las comillas venían acompañadas de un grupo de vocales y consonantes en actitud intimidatoria que en su conjunto formaban la siguiente oración

“ha llegado tu hora, puta”

La denunciante se siente acosada y amenazada y a la espera que este expediente llegue a los tribunales ha sido sustituida en su puesto de trabajo por el punto y final de la presente que siempre quiso trabajar en una novela policíaca buena o mala en vez de en una aburrida denuncia,

Sixteen Tons de Pedro Avilés

Entró una vez más en el salón repleto de dolientes y observó el ataúd con la chiquilla dentro. Tan bonita. Que hijo de puta tan grande el que quebró sus huesos tiernos, aquel que holló sus carnes, sus redondeces impúberes, sus huequitos mórbidos. La luminosidad del traje de comunión con que la había amortajado su madre transmitía a su carita un halo de paz serena; la muerte, pensó con horror. El día pintaba oscuro. Es lo que queda de toda una noche de vela.

— ¿Qué dice la Policía? —preguntó alguien por preguntar algo.

— Nada —contestó él, compungido. Cuanto más cercano a la niña se estaba, con más conmiseración le miraban a uno.

— Es la hora —añadió, sintiéndose como Ernie Ford.

— Ocúpate, Manuel —le autorizó el padre de la occisa, su amigo más íntimo.

Le indicó al de la funeraria que tapase el ataúd. La madre gimió queda, discreta, ausente.

En el cementerio, Manuel suspiro con el chirrido del ataúd entrando en el nicho tenebroso, las manos a la espalda. Esto facilitó la maniobra del funcionario de Policía con los grilletes. Se volvió, le miró a los ojos. Eran negros y dulces. Ese hombre le había quitado dieciséis toneladas de encima.

 

Crisis inmobiliaria de José Andrés Espelt

No existe el cariño ni la amistad cuando has realizado un buen trabajo.

El dinero lo puede todo, incluso el amor de una mujer. Javier no lo pensó dos veces en descargar todo su cargador de una 18 a su “cari”. Muerta valía más que viva.

No le tembló la mano al liquidar a Manu, su hermano, ni tampoco al Flecha, su amigo.

Lo único que no le gustaba era cavar con una pala un gran hoyo para esconder los tres fiambres.

Pensó por primera y última vez. Vio un enorme agujero, que se tendría que cubrir de hormigón. No dudó. Arrastró los cadáveres y los lanzó al fondo de aquel medio pozo.

Encendió la hormigonera, y recordando sus tiempos de mozo se manchó sus manos con cemento, agua y arena. Cuando estuvo lista la pasta, lanzo un crucifijo de madera y rezó por sus almas perdidas. Inmediatamente dirigió el canal de la hormigonera hacia el agujero y los cuerpos desaparecieron en varios segundos. Sus vidas eran el pasado y él tenía presente.

Sabía que tardaría en secarse. La empresa constructora estaba en suspensión de pagos, y si alguna vez cimentaran de nuevo, esa fosa quedaría olvidada en la memoria.

Las 200 palabras de Novelpol

Las 200 palabras de Novelpol

Empezamos un concurso "Las 200 palabras de Novelpol".

En ese límite tendremos que construir un cuento-relato de género negro-criminal. Cada día se publicará en el Blog el que se reciba o reciban. El premio los 5 mejores libros de lengua castellana de 2008. El final del concurso lo vamos a fijar el 31 de Diciembre de 2008.

Para enviar la dirección electrónica será: crucedecables@gmail.com

PD. No valdran ni 199 palabras ni 201. 200+Título y autor.

Enhorabuena, y ahora pondré un ejemplo en el siguiente post, que no entra en concurso.

Mucha Suerte