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La esfinge de Monica Sacco

La miro y me devuelve la mirada con indiferencia de esfinge. No la esfinge egipcia, faraónica y viril, sino la tebana, femenina y devoradora de hombres. Su belleza me conmueve. Su crueldad, también. Su languidez engaña. Su pereza es sólo fingida. Simplemente, espera el momento de actuar con la confianza en sí misma que la caracteriza.

Nunca ha fallado. Es eficaz y certera. No se ensaña inútilmente y la admiro por eso. Podría ser mucho más violenta: conozco sus instintos. Pero sabe refrenarlos al momento de los hechos. Es perfecta. Le sonrío. Ella sabe porqué. Vuelve a mirarme y sus ojos me dicen que será pronto. Ya quisiera yo tener su arte. Por eso la elegí: por su perfeccionismo. Sé que disfruta del instante supremo de matar y eso me da escalofríos. A veces me cuestiono los porqués de no hacer yo mismo su tarea. ¿Cobardía? ¿Asco? ¿Miedo? Sólo sé que prefiero que ella se encargue. Es lo mejor para los dos. Ella mata por mí, yo pago por sus servicios. Es un buen arreglo. Ah, ya se apresta. Cada músculo de su bello cuerpo es parte de una sinfonía negra. Allá va. Espera. Acecha. Mata. Regresa. Mi gata negra.

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