Venganza por Juan Ignacio Colil Abricot
Desde el primer momento quise vengarme. Día tras día me repetí que apenas saliera lo buscaría y le haría pagar su traición. Imaginaba las formas en que cumpliría mi deseo. Soñaba que me pedía perdón, que se arrodillaba, que se humillaba ante mí y yo como si nada. Le asestaría un puntazo directo, certero, que lo arrojaría al suelo y se desangraría lentamente. Le pondría una mordaza para no oír sus lamentos y me quedaría a su lado para ver como se apagaba de a poco. Me iría casi al final para que muriera solo, para que sus ojos se fueran cargados de soledad. A veces me amanecía pensando en lo que le diría, imaginando su rostro convulsionado por la sorpresa. Los cinco años terminaron y salí por fin. Me tomé unos días para habituarme y descubrí que mes tras mes me inventaba excusas para no buscarlo. Incluso me llegué a decir que su traición no había sido tan grave. Me convencí y me olvidé del asunto. Una vez lo vi en la calle y lo seguí. No quise escucharme. Lo seguí hasta que tuve la oportunidad, lo tomé del cuello. Creo que me reconoció y alcanzó a decirme hijo.
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