La casa de los detectives de Fernando Cámara
De noche. Los balcones de los detectives están abiertos, los fluorescentes y los flexos de cada despacho encendidos. Llevan informes de acá para allá; los revisan, meditan, se miran... Toquetean la punta de sus corbatas mientras se susurran datos y fuman unos cigarrillos que reparte el más joven.
Uno de ellos, con bigote poblado y chaqueta prieta, repasa en su mesa los papeles que algunos le dan ayudándose de su bolígrafo, a modo de puntero. De vez en cuando alza el brazo y alguien le obedece trayendo cosas. Éste debe ser el jefe de los detectives.
Uno de los investigadores se recoloca las mangas de la camisa, se pone la chaqueta y se echa a la calle tras ajustarse el sombrero en el portal. Mira la dirección que le apuntó el jefe en un sobre roto y marcha sorteando las últimas goteras de la lluvia. Seguramente acabará forzando la puerta de alguna pensión de mala muerte para obtener las pruebas definitivas del caso.
Silencio.
Madrugada.
Maúlla un gato.
Aparca un coche.
Risas en el bar de abajo.
Los detectives se retiran.
Se desnudan los percheros.
Los niños ya se han dormido.
Y yo también. Y sueño que es de noche.
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SGCI. -