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Un televisor vestido de sangre por Agustín González eltercero

Habían transcurrido varios días desde la última vez que habló con el Polaco. Los nervios le devoraban, como insectos correteando por debajo de la piel, encerrado en ese apartamento de las afueras donde lo crió a golpes su padre, sin contestar al teléfono, viendo la televisión con los auriculares puestos, a oscuras, entre paredes cubiertas de fotografías viejas y carteles arrugados, con las persianas echadas, precintando el aire y la luz. Cuando vio en el telediario de la noche el rostro sin vida del Polaco, aquella cara devastada entre las ruinas negras de un coche, adivinó la cercanía del sufrimiento, la proximidad del dolor, un dolor sin nombre. Unas horas después, bien entrada la madrugada, el timbre de la puerta comenzó a sonar sin interrupción, exagerado y ansioso. No necesitó pensar nada, el miedo iba por libre. Con la misma precisión con que sus manos abrían una caja fuerte después de deletrear el rumor de la combinación a través del metal, cogió la pistola y se disparó un tiro en el cuello. Los policías derribaron la puerta con estrépito. Encontraron un cuerpo sin vida y un televisor vestido de sangre. "Hemos perdido al testigo", dijo por teléfono el inspector jefe.

1 comentario

Nefer -

Un final sorprendente para una historia de 10... eltercero, ya te lo dije... brutal.

Besillos