Cotidiano por Fabián Cuéllar
Nelson toma una fotografía. Su cara gorda suda detrás de las gafas oscuras y la mascarilla que apenas impide el paso del hedor proveniente de los tambos. Estamos acostumbrados a ver muchas chingaderas, pero esto…
Un perito se acerca a uno de los toneles volteado sobre el suelo, el contenido rojo desparramándose sobre la calle. El olor ácido es penetrante. Los investigadores creen que pueden ser restos humanos. ¿Qué otra cosa van a ser? Nelson hace un esfuerzo por no vomitar, mientras mira de reojo la cartulina. “LOS BAMOS ASER POSOLE” leo en voz baja. Él toma otra fotografía, una más. Pinche trabajo culero, murmura. El detective de homicidios nos ve con severidad, pero se guarda lo que iba a decir. Nelson y yo intercambiamos miradas de burla. Él quiere que lo corran. Yo no tengo otro lugar a dónde ir. Anoto insignificancias en la libreta, mientras escucho un par de clicks más, y veo la mano de mi compañero sacudiendo las instantáneas. Pasan los minutos, se nos va quitando el asco; esperamos con ansia y morbo que abran otro barril de los dos restantes. El mismo olor picante y el mismo líquido rojo. No era broma lo del pozole.
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