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Carretera vacía de Juan Ignacio Colil Abricot

Lo primero que vi fue su rostro. Tenía una mancha de sangre que lo cubría casi entero. Estaba fría. Me levanté asustado, temblando. Al acostarme ella estaba muy lejos de mí. De hecho lo nuestro había terminado. El sol anunciaba una mañana calurosa, sofocante. No tenía razones para explicar su fría presencia. Con mucho cuidado la envolví en una alfombra. Pensaba en ella, en su sonrisa, en sus ojos y también pensaba en la alfombra que ella me había regalado en un arranque de amor textil. Como pude la subí al techo del auto, la amarré y salí tratando de no levantar sospechas. Anduve durante horas, siempre dirigiéndome al sur. A ratos  me olvidaba de ella. Sabía que tenía que buscar un camino lateral y luego otro más pequeño hasta encontrar el sitio perfecto para abandonarla. Pensaba en su rostro, en las últimas palabras que me había dicho y no lograba entender como había llegado hasta mi cama, a mi lado, quién le había hecho eso que no me atrevía a nombrar. Me estacioné para cargar combustible y aproveché de ir a un baño. Fue cosa de minutos. Al volver alguien había robado mi alfombra. Regresé por una carretera vacía.

 

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