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El Efecto Biedma según Guillermo Orsi

El Efecto Biedma según Guillermo Orsi

Los mundos que Biedma plasma -¿o reconstruye?- en sus novelas son circulares, agónicos, e inevitablemente conducen al crepúsculo. Y sin embargo hay tanta luz en ellos.

De nuevo en Sevilla –aunque nunca en la misma Sevilla-, un adolescente se interna en lo que para un psicólogo o psiquiatra sería su alienación pero para la literatura es un resplandor de los universos, tan improbables como posibles, que Lewis Carroll pintó en su “Alice in Wonderland”.

En “El efecto Transilvania” no es Alicia, es Eme. Y su fiebre se llama Peña, el amor inasible, perdido antes de conquistarlo, recuperado en las duermevelas de la conciencia, entretejido en las penumbras del amanecer y siempre deseado, siempre perdido.

La ciudad vuelve a levantarse con ladrillos de ausencia, con callejones abyectos y barrios infinitamente más hundidos de lo que sus nombres anuncian. Eme abandona cada noche su habitación, la protección de la casa de su abuela que lo cría, para internarse en sueños vigilantes, en tenues pesadillas, en la atroz certeza de que no deberá encontrar lo que busca, a riesgo de ser, también él, condenado como Pisca, la niña de catorce años que morirá en una ejecución pública.

Con sorprendente virtuosismo, Biedma nos lleva de la mano al mundo atormentado de un adolescente que, atravesando su íntima desolación, busca la consumación del amor. Lo hace, claro, a su manera, la que le permite o indica su visión alucinatoria del microcosmos en el que vive y que ensancha con su imaginación, como lo hace Biedma en una suerte de “big bang literario” que rompe los moldes, dibuja segundos horizontes.

El universo remoto, enigmático, sospechadamente sabio pero a la vez inaprehensible de las civilizaciones precolombinas se instala en Sevilla, en la pirámide de Mahuachi, réplica de su original en el Perú. No es cartón pintado ni la locación de alguna producción hollywoodesca, es la imagen en el espejo que pasa a convertirse en el original, que cruza el azogue ya no para mirarse a sí misma sino para duplicarse e irradiar su espectáculo sombrío de los condenados por tribunales que nada tienen que ver con la justicia, por jueces en las sombras que se rigen por códigos que ni Freud, ni Jüng, ni sus epígonos, han conseguido nunca interpretar del todo.

La esquizofrenia es la perfecta excusa de Biedma para, en esta novela rigurosa y conmovedora, explorar los albañales de la íntima tristeza que agobia al ser humano. ¿Está realmente enfermo Eme? ¿Son sus amigos y compañeros de correrías –Fritz, Tona, Paco, Ballesta, la inasible Peña- los que de verdad lo ayudan o está solo, hundido como el temible Barrio Hundido, solo para enfrentar a los chacales del Grupo Sábato, vulnerable a sus fantasmas?

Decía que de nuevo Sevilla, ciudad irrepetible pese a su omnipresencia en la literatura de Biedma: distinta, provocativa, nocturnal. Hay autores que fundan sus ciudades, a la manera del uruguayo Juan Carlos Onetti y su mítica Santa María, que en el imaginario rioplatense entreteje a Buenos Aires con Montevideo. El matiz que Biedma incorpora es que con el nombre real designa lo diferente, el desafío de reconocerse en las alcantarillas, en las iglesias amenazantes, en presencias cloacales, en sacerdotes locos cuya profesión de fe remite a sanguinarios ritos ancestrales.

En “La noche boca arriba”, Julio Cortázar funde la angustia de un motociclista accidentado con el terror de la víctima inminente de un sacrificio humano en un templo moteca. En “El efecto Transilvania”, Eme se aferra a los símbolos, a los efectos mágicos del abrigo de su abuelo, a su íntima determinación de ser quien no es, de arrojarse al vacío de la existencia para sobrevivir, no para destruirse.

Tributario explícito de Lovecraft, Juan Ramón Biedma rinde una vez más el homenaje de todo gran escritor en sus textos más logrados, en páginas o frases que le dan aliento y resurrección a las leyendas. Ese homenaje es el de la imaginación, sin la cual no habría más allá ni realidad cotidiana porque todo quedaría encerrado entre las cuatro paredes acolchadas de la sinrazón más temible y frecuente, la de lo cotidiano, lo creíble, lo que puede probarse, absolverse o condenarse.

La “novela dentro de la novela” que el protagonista lee y a su manera escribe sin saberlo, fluye como un néctar subterráneo, como un hilo de Ariadna para salir del laberinto. Pero quien se adentra en la trama de “El efecto Transilvania” ya no quiere encontrar esa salida.

El “efecto Biedma” consiste en que el lector recela del final, lo demora con premeditación y alevosía porque, como en las anteriores novelas del autor, le ha perdido todo temor o respeto al Minotauro y quiere, sencilla y tozudamente, seguir leyendo.

Guillermo Orsi - escritor -

 

 

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