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Hilo de sangre azul de Patricia Lara

Hilo de sangre azul de Patricia Lara

 Resulta difícil reseñar una novela como “Hilo de sangre azul” puesto que abre numerosos frentes y siempre supone un riesgo porque al final acabas haciéndote la pregunta ¿qué ingredientes tienen que aparecer en una novela negra? Pregunta que por supuesto no intentaremos responder, por lo menos no en esta reseña.

 

En la novela de Patricia Lara aparece un muerto, una investigación, numerosos sospechosos, pero hasta aquí llega la semejanza con las novelas de género al uso, porque nos sorprende su tono desenfadado, distanciándose de la seriedad. El humor impregna todas las páginas del libro –que no la comicidad, lo que personalmente agradecemos-.

 

La historia arranca cuando Sara Yunus, al dirigirse a su piso se encuentra con un rastro de sangre que proviene del cadáver de Pedro Ospina, financiero caído en desgracia. Aquí se inicia la ironía, un hilo de sangre que sirve de flecha para nuestra aguerrida protagonista, periodista curiosa y sagaz, amante de la música clásica, sibarita y por supuesto del buen amor de su joven novio.

 

Curiosamente, Sara y el finado comparten unos vecinos singulares –un abogado, la amante de un narcotraficante, un político, una portera,…-, todos ellos posibles sospechosos por haber prestado sumas ingentes de dinero a Ospina para inversiones libres de impuestos. La cosa funciona hasta que la mujer de Ospina le descubre en la cama con una escultural mulata y el suegro se desvincula de él y sus negocios, lo que le supone una caída libre empresarial y supuesto móvil para su muerte.

 

Por supuesto, Sara la detective comenzará sus pesquisas, incordiando a algún que otro alto cargo lo que producirá su traslado a París, ciudad que aprenderá a conocer y a querer.

 

 “Te confieso que me duele dejar este país… Aquí suceden cosas tan interesantes, tan disparatadas, que los periodistas vivimos en un paraíso: no nos aburrimos, jamás nos faltan los temas ni el oficio…” (p.201).

 

De la autora podemos destacar su habilidad en adentrarnos en la historia, en generar las ganas de saber más. Es posible que en algún momento prefiramos que los personajes nos hablen por sus acciones que por las descripciones que les acompaña o tal vez nos cueste pensar que de verdad las personas se abran de forma tan transparente a las preguntas de una periodista. Pero tampoco obviaremos la crítica que contiene, tal vez acompañada de una inevitable aceptación pero no por ello resta contundencia a sus palabras.

 

Ese es un régimen corrupto en el que la justicia funciona por las influencias y sobornos, en el que los pobres que han cometido el “delito” de robarse una gallina se pudren en la cárcel, mientras que los delincuentes de cuello blanco, o los hampones como Juan de Dios Cleves, quien a pesar de su origen se les ha vendido a los más corruptos, a los que mejor le pagan o a los que más poder pueden ayudarle a alcanzar, terminan sus días llenos de oro y son premiados con prebendas y canonjías burocráticas” (p.217).

 

 “¡Qué bueno tener la oportunidad de preguntarle por los presos políticos y por su teoría de que ellos se autotorturan” a la visita que el ministro de Defensa de Colombia hace a París” (p.222).

 

O el amor por su tierra y que, como todo buen amor, acepta las contradicciones que tiene su destinatario:

 

“(…) Sara se la pasaba inmersa en esa realidad que se renovaba cada día pero que, por más variada que pareciera, nunca podría llegar a ser tan apasionante como la loca y trágica realidad colombiana (p.221).

 

No queremos desvelar mucho más de la historia, tan sólo señalar que respondemos al guiño de la autora, con cierta complicidad y brindando con una buena copa de vino porque su novela siga muy viva.

 

Irene Carracedo Gil

 

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