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La solución por Pedro Avilés

El mismo día que tocó fondo llegó la catarsis. Los mocos cayendo sobre su labio superior en la oscuridad de su cuarto, las persianas echadas dejando pasar un triste haz de luz gris, sin fuerza, a través de un pequeño roto, sus cosas en la penumbra. Sus cosas. Sus cuadernos repletos de vivencias. Treinta años. El olor insano de su propio cuerpo sin asear durante más de un mes. El hedor de los restos de comida que había comprado con el dinero del paro y que venía de la salita de la televisión; hasta que dejó de comer. Y de repente lo vio muy claro, como si en ese momento hubiese pasado un ángel a su lado y se hubiera quedado allí, sentado sobre el pequeño escritorio repleto de papeles con sus apuntes, quieto, mirándole con dulzura; la solución. Como si el ángel en cuestión le hubiera llevado a su padre: si alguna vez tienes que abusar de alguien, hijo, que sea de los que abusan de los demás  ¡Eso era!  Y el ángel le sonreía, una mano sobre el hombro de su padre, avalando sus palabras con su mirada complaciente. Santificándolas. Salió a la calle y comenzó a matarles.

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