La puta más buena del mundo por Bartolomé Leal
Una noche pasaba por estación Mapocho en autobús. Allí se sitúan los mercados de productos agrícolas: abundan cargadores, choferes, vendedores de baratijas y subempleados. En la esquina de calles Esmeralda y San Antonio de Padua se instalan unas rozagantes putas al servicio de ese microcosmos. Rancias, vulgares, pintarrajeadas, siempre sonrientes. Noté que un joven espástico se había acercado tímidamente a Soledad. La miraba con ganas, contoneándose merced a su enfermedad.
La puta hizo con la cabeza un gesto de vamos, mientras le ofrecía sus contundentes tetas. El espástico aceleró sus movimientos, nervioso. La puta repitió el gesto. Finalmente se acercó, lo tomó del brazo, le dijo algunas palabras y partieron. Bajé del autobús. Los seguí hasta que la bondadosa puta gorda y al ardoroso joven con mal de San Vito, como le llaman acá, se metieron en el oscuro callejón Lídice. En un rincón meado de orines las putas prestan servicios a módico precio…
Soledad empezó su trabajo frotando el tembloroso pene del muchacho, quien con los ojos en blanco y espuma en la boca, luchaba por lograr una erección. La puta me sorprendió. Chilló: ¡Si me espantas al cliente, te mato, Bartolomé! ¡Mirón degenerado, como todos los escritores, carajo!
5 comentarios
del valle -
Bartolomé -
SGCI. -
Bartolomé -
Un saludo afectuoso.
Javier Abasolo -