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Crisis inmobiliaria de José Andrés Espelt

No existe el cariño ni la amistad cuando has realizado un buen trabajo.

El dinero lo puede todo, incluso el amor de una mujer. Javier no lo pensó dos veces en descargar todo su cargador de una 18 a su “cari”. Muerta valía más que viva.

No le tembló la mano al liquidar a Manu, su hermano, ni tampoco al Flecha, su amigo.

Lo único que no le gustaba era cavar con una pala un gran hoyo para esconder los tres fiambres.

Pensó por primera y última vez. Vio un enorme agujero, que se tendría que cubrir de hormigón. No dudó. Arrastró los cadáveres y los lanzó al fondo de aquel medio pozo.

Encendió la hormigonera, y recordando sus tiempos de mozo se manchó sus manos con cemento, agua y arena. Cuando estuvo lista la pasta, lanzo un crucifijo de madera y rezó por sus almas perdidas. Inmediatamente dirigió el canal de la hormigonera hacia el agujero y los cuerpos desaparecieron en varios segundos. Sus vidas eran el pasado y él tenía presente.

Sabía que tardaría en secarse. La empresa constructora estaba en suspensión de pagos, y si alguna vez cimentaran de nuevo, esa fosa quedaría olvidada en la memoria.

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